lunes, 13 de abril de 2015

La corrupción de los años finales de la República: el caso del ejército

Para conocer los cambios que experimentó el ejército romano en los años finales de la República vamos a hacer referencia a dos fragmentos de texto pertenecientes a la obra La conjuración de Catilina de Salustio, en la que relata, a lo largo de 61 capítulos, el intento de instauración de una dictadura personal por parte de Lucio Sergio Catilina, intento fracasado que tuvo lugar en el año 63 a.C.


El primero de ellos es el siguiente:
“Pero es increíble lo mucho que creció el Estado en un breve período, una vez que hubo sido obtenida la libertad: tan grande era el deseo de gloria que invadía a los hombres. Tan pronto como los jóvenes tenían edad suficiente para la guerra, aprendían la profesión militar bregando en el servicio armado y gozaban más con las bellas armas y los caballos de montar que en los prostíbulos y fiestas. Para hombres así ningún esfuerzo era excesivo, ningún suelo áspero o escarpado, ningún enemigo en armas aterrador: todo estaba dominado por la virtud [virtus]. Pero había una fuerte competencia entre ellos por la gloria: cada uno se apresuraba a abatir a un enemigo, escalar una muralla y ser visto realizando tal proeza […] (SALUSTIO, La Conjuración de Catilina VII 3-6).
En el texto el autor destaca la importancia que el ejército y la milicia había adquirido en esos años, indicando que la mayor parte de los jóvenes se sentían atraídos por participar en él en cuanto la edad se lo permitía, hasta el punto de preferir el combate a la diversión y las mujeres, y estando dispuestos a enfrentarse a cualquier obstáculo por muy complicado que este se plantease. Y, aunque atribuye esta situación a la virtus, al coraje que se esperaba de todo ciudadano romano que se considerase como tal, al final del texto introduce una idea interesante y es que dice que dentro de este afán por combatir también era posible apreciar un deseo de competir, de sobresalir por encima del resto de compañeros. De ello podemos desprender que este ímpetu por luchar no estaba causado por un amor incondicional a su patria y un deseo de defenderla y engrandecerla, sino que más bien tenemos que ver una actitud egoísta, con un deseo de triunfo y promoción individual.

A partir de esta idea podemos encontrar un enlace con el segundo texto que indica:
Pero yo, habiendo leído y oído mucho de los heroicos hechos del pueblo romano, así en paz como en las guerras que hizo por mar y tierra, tuve acaso la curiosidad de inquirir qué fue lo que principalmente pudo haber sostenido en Roma el peso de tan grandes negocios. Porque veía que el pueblo romano había combatido contra grandes legiones de enemigos, por lo regular con un puñado de gente; que había hecho guerra a reyes poderosos con ejércitos pequeños; que habla, asimismo, experimentado varios reveses de fortuna, y que era inferior a los griegos en elocuencia y a los galos en crédito de guerreros. Y después de mucha reflexión y examen, venía a concluir que todo se debía al gran valor de pocos ciudadanos, y que por ellos venció la pobreza a las riquezas y el corto número a grandes muchedumbres. Pero después que la ciudad se estragó con el lujo y la desidia, sobrellevaba aún la república con su grandeza los vicios de sus generales y magistrados, sin haber dado a luz en muchos años, como madre ya infecunda, varón alguno de señalada virtud” (SALUSTIO, La conjuración de Catilina, LII).

Salustio, en este segmento de la obra, comienza realizándose una pregunta a sí mismo y es cómo un pueblo como el romano, con un ejército sencillo en sus primeros momentos, formado por la propia población de la ciudad sin una mayor preparación y cuyos dirigentes eran los mismos que los del ámbito político, con la misma falta de experiencia que sus soldados, habían conseguido las enormes victorias que se llegaron a alcanzar. Sin embargo, en las últimas líneas del mismo, la idea cambia, y ya no refleja ese asombro ante los grandes éxitos del pueblo, del ejército romano, sino que ahora se lamenta de que en los últimos años ha desaparecido esa grandeza, pero no porque se hayan producido derrotas o el ejército haya perdido su eficacia, sino que culpa de todo ello a los generales y magistrados de la ciudad, a quienes ya no ve como los grandes hombres del pasado.

Para poder entender estas ideas es necesario conocer el contexto político en el que se encuentra inserto el autor, siendo necesario retrotraernos años atrás. Desde principios del siglo II a.C, y después de la victoria sobre los cartaginenses en la Segunda Guerra Púnica, Roma se había convertido en la potencia dominante en el Mediterráneo, iniciando a partir de entonces un proceso expansivito tanto por tierra como por mar, que le permitió convertirse en apenas dos siglos en dueña y señora de toda la cuenca mediterránea. Ello supuso un cambio fundamental en la concepción de la guerra y la lucha que hasta entonces se había tenido, puesto que hasta este momento solo se habían desarrollado conflictos de carácter defensivo, tanto en favor de ellos mismos como de sus aliados, o bien para cubrir necesidades básicas como la ampliación de las tierras fértiles o el control de rutas comerciales. Pero a partir de este momento se impuso una guerra de tipo ofensivo, que buscaba el continuo incremento de territorios por los que se iría difundiendo la cultura y la civilización romanas. Esto es lo que en la historiografía se ha denominado como imperialismo romano, un concepto de corte socioeconómico que tendrá importantes consecuencias en la organización del estado romano (ampliación de mercados y terrenos agrarios, esclavos como nueva mano de obra, llegada de riquezas e influencias…).

La base y el motor de este expansionismo fue el ejército romano, organización que hasta entonces se componía de los propios ciudadanos romanos con edades comprendidas entre los 17 y los 60 años, y que estaba liderada por individuos procedentes de la clase política puesto que su participación como mandos en el ejército era paso imprescindible para poder ascender en el corsus honorum. Tanto unos como otros carecían de experiencia previa pero la enorme disciplina a que eran sometidos y el hecho de ser población romana, que luchaba por su patria, les llevó a alcanzar importantes éxitos.

La situación, en cambio, se fue desvirtuando conforme se iba desarrollando este proceso imperialista, ya que la longevidad de algunos conflictos provocó la desorganización del sistema tal como se había concebido hasta entonces. Y es que la duración de algunas campañas impedía que muchos de estos soldados pudiesen abandonar esta labor y volver a sus tierras y campos que quedaban desatendidos. Al no poder trabajar las tierras, estos hombres se veían asfixiados por las deudas por lo que  las fincas solían ir a parar a manos de los grandes propietarios. La consecuencia principal era que empezaba a desaparecer la clase de la que se nutría el ejército principalmente. En este contexto tenemos que situar las reformas realizadas por Cayo Mario cuya secuela más importante fue la entrada en el ejército de población que no era propietaria y que veía en esta actividad un modo de ganarse la vida ya que, una vez finalizado su periodo activo, recibirían una parcela de tierra en propiedad. De forma que vemos como poco a poco se produce la profesionalización del mismo.     

Pero estas reformas también trajeron consigo consecuencias negativas, y es que se fomentó y generalizó la figura de caudillos, de jefes militares que garantizasen a estos soldados las tan ansiadas tierras en su retirada de la práctica militar, creándose una enorme relación entre éste y sus soldados. Así, a partir de este momento podríamos hablar de que el ejército romano perdió en parte esta condición de fuerza armada del pueblo romano para convertirse en un ejército personalista, perteneciente a un individuo, su caudillo, transformándose en un brazo armado que actuaba a favor de los intereses de estos y no de la República. Esto se produce en un momento, además, en el que está teniendo lugar la conquista de Grecia y numerosas influencias helenísticas están empezando a llegar a Roma, entre ellas la existencia de poderes individuales, los dinastas helenísticos. Poco a poco se va a ir produciendo un cambio de mentalidad en Roma, con la aparición de ansias de poder individuales que podrán ser ejecutadas gracias a los grandes botines obtenidos por las conquistas pero sobre todo por la presencia de estos nuevos ejército que deben su fidelidad  su caudillo y no temblarán a la hora de enfrentarse incluso a la propia Roma. Solo así podemos entender el paso del Rubicón por parte de los ejércitos de César, lo cual suponía una afrenta y una provocación al Senado romano, o las guerras civiles que enturbiaron los últimos años del siglo I a.C., y tras las cuales se impondrá un poder de tipo individual con la creación del Principado y el Imperio.

Esta es la situación que nos refleja Salustio, quien escribe en el siglo I a.C., siendo testigo de las enormes consecuencias que están teniendo para la organización política y social de la República las transformaciones del ejército y el avance imparable del imperialismo romano. Salustio habla del lujo y la desidia haciendo referencia a ese cambio de mentalidad que se produce después de la penetración romana en Grecia y la llegada de ideas e influencias nuevas, y que lleva a la aparición de ansias de poder individuales frente al espíritu colectivo que hasta entonces habría primado en Roma, y un deseo de promoción social en todos los estratos de la sociedad romana. Baste citar como ejemplo de ello la gran cantidad de esculturas honoríficas que proliferaron en esos años o los fastuosos monumentos funerarios individuales que se van a construir desde entonces. Las trasformaciones en el ejército y las lealtades hacia su general que se habían desarrollado permitieron hacer realidad esas ansias de poder individuales, de forma que estos jefes militares perdieron esa labor de servicio al Estado que hasta entonces habían desempeñado. Solo así se entienden las palabras finales del autor  “sin haber dado a luz en muchos años, como madre ya infecunda, varón alguno de señalada virtud”.

Solo teniendo en cuenta esta perspectiva es posible entender ese deseo de muchos jóvenes romanos por participar en el ejército, dejando incluso de lado algunos de los placeres que la ciudad de Roma ofrecía. Y es que ya no solo era un medio de ganarse la vida sin tener que trabajar en los campos, sino que su buen hacer en campaña podía traerle numerosos beneficios, ya no solo riquezas procedentes del botín o las tierras que obtenían tras licenciarse sino la posibilidad de promoción dentro del mismo, y quien sabe, si alguna vez su general consiguiese imponer un poder personal, algún puesto de cierta importancia en la administración de ese nuevo estado.

Así, si en uno de los fragmentos comentados el autor se preguntaba cuál era la causa del enorme crecimiento y la expansión del mundo romano desde la Segunda Guerra Púnica, aquí se ofrece una respuesta a sí mismo, con ese ímpetu intenso de los jóvenes romanos por participar en ejército, sin miedo y sin detenerse ante cualquier adversidad, puesto que eran mucho más atractivos los posibles beneficios que el miedo al combate y a guerrear. Además menciona uno de los valores fundamentales de los ciudadanos romanos, la virtus, aunque en este caso la aplica a los soldados en general, no a los grandes generales y magistrados que es a quienes considera verdaderamente corrompidos pero que con su actitud acabarán corrompiendo también al resto de la sociedad romana. Así, el deseo de promoción individual y la competencia estaría causada por la falta de valores de los dirigentes de la ciudad, en cuyo deseo de poder individual y riqueza habían arrastrado a estos jóvenes que no eran más que su brazo armado, su instrumento para ejecutar sus deseos de poder. De forma que en un contexto en el que se consideran perdidos los valores colectivos que habían caracterizado a la República hasta entonces y donde los que predominan son las aspiraciones individuales, es fácil encajar y entender este lamento de Salustio. Roma se está haciendo grande gracias a su ejército pero este ejército quiere hacer grande a Roma sino que quiere hacer grande a su general, ya que con ello garantizan su propia grandeza.











lunes, 30 de marzo de 2015

El ejército de la Segunda Guerra Púnica o ejército "polibiano" III: otros aspectos

Siguiendo con la temática del ejército romano republicano al que ya se ha hecho mención en varias ocasiones (aquí y aquí) hoy vamos a analizar otros aspectos relacionados con la forma y las características de los combates en la época, contribuyendo todos ellos a desmentir algunas ideas transmitidas por el cine y la televisión.


La duración de los combates:

La mayor parte de los autores clásicos que recogen datos de tipo bélico y militar mencionan que la duración de los combates estaría entre dos y tres horas, un periodo de tiempo bastante amplio debido a que el combate en este época no era un enfrentamiento rápido cuerpo a cuerpo que se remata en una sola carga, como parecen mostrar algunas películas o series. En realidad hay que entenderlo como un proceso bien estructurado que se compone de diferentes fases, como una coreografía de la que los practicantes conocen cada uno de sus pasos. Y es que, tal como se mencionó en el post centrado en el armamento del ejército “polibiano” (aquí) a día de hoy se considera que los combates bélicos se desarrollarían en fases alternas de lanzamiento de armas arrojadizas, y lucha cuerpo a cuerpo. A ello habría que unir el tiempo que tardarían los legionarios en salir del campamento, llegar al lugar del enfrentamiento y colocarse en la posición, lo cual contribuía a alargar la duración de los enfrentamientos.

Ilustración que representa a legionarios romanos combatiendo. Los de la primera fila se disponen a iniciar un combate cuerpo a cuerpo empleando la espada mientras que los de la segunda se encuentran  arrojando sus lanzas, aunque en la realidad ambas acciones no se realizarían de forma simultánea (fuente: http://www.ecusd7.org/ehs/ehsstaff/jparkin/academics/ancient_world_history/Flowering_of_Civilizations/Han-Rome_Comparison/Rome/Roman_Military/Army/B-Republican_Roman_Army/Plate_C-Roman_Infantry.jpg)
Y a pesar de lo organizados que estaban los enfrentamientos, lo cierto es que existían diferentes factores que podían confundir y desconcertar a los soldados. Por un lado está la incapacidad de conocer que estaba sucediendo en el punto de encuentro de ambos ejércitos, especialmente para aquellos soldados que se encontraban más alejados. La solución a ello fue la división de la legión en grupos más pequeños, como los manípulos, que además de movilidad, garantizaba una mejor ubicación de todos los soldados del grupo, teniendo siempre como referencia el estandarte. Éste actuaría como núcleo que aglutinaba a los soldados, distribuidos de forma irregular, a modo de “nube”, pero siempre en torno a la insignia. La segunda causa de confusión era el polvo que se levantaba con el movimiento de soldados y caballos y que disminuía aún más esta visibilidad. En tercer lugar tenemos que hablar  del ruido que se producía ya sea por los gritos de dolor, voces de arenga, para intimidar o el estruendo producido por el choque de las armas y por el lanzamiento de las jabalinas y flechas. El resultado de todo ello era una reducción de la capacidad auditiva de los legionarios durante el combate que se solventó con el uso de señales de comunicación no verbal como el estandarte anteriormente mencionado o instrumentos musicales como el cornu, la tuba o la bucina.

 
Ilustración que representa a un portaestandarte de manípulo (fuente: http://www.ecusd7.org/ehs/ehsstaff/jparkin/academics/ancient_world_history/Flowering_of_Civilizations/Han-Rome_Comparison/Rome/Roman_Military/Army/B-Republican_Roman_Army/Plate_D-Standard_Bearers.jpg)

La forma de combate:

Efectivamente, no se trataba de una lucha desordenada entre todos y cada uno de los miembros de la legión, sino que todo estaba organizado y se componía de varias fases. En primer lugar estaban las salvas de elementos arrojadizos que no se producían únicamente al principio del encuentro, sino que se iban repitiendo a intervalos a lo largo de todo el desarrollo de la lucha, de forma que permitiese a los soldados descansar del cuerpo a cuerpo, pues está demostrado que un enfrentamiento de este tipo y con el armamento de los legionarios romanos, solo podría haber sido soportado durante 15 minutos como mucho. Este momento, en el que ambos ejércitos quedaban separados por una línea de seguridad, también era empleado para retirar a los heridos y para relevar las filas.

En el caso del ejército romano este relevo de filas no se producía de forma aleatoria sino que estaba todo organizado. Ya vimos como las tropas de línea se dividían en tres grupos principales: hastati, prínceps triarii. El paso de unos a otros se realizaba de manera ordenada. Ello permitía a los soldados que se retiraban poder descansar durante algunos minutos y sobre todo posibilitaba contar siempre con tropas frescas que reavivasen el combate. Además está el hecho de que no todos tenían el mismo armamento, de forma que también entraba en juego el factor sorpresa. Solo si asimilamos y aceptamos esta propuesta de combate, cada vez más difundida y repetida en numerosos artículos especializados, podemos comprender tanto la larga duración de los conflictos como el número reducido de bajas en ambos bandos.

Ilustración que representa a los diferentes soldados de infantería que componían la legión romana de época republicana: hastatus, triatius y veles (fuente: http://www.ecusd7.org/ehs/ehsstaff/jparkin/academics/ancient_world_history/Flowering_of_Civilizations/Han-Rome_Comparison/Rome/Roman_Military/Army/B-Republican_Roman_Army/Plate_A-Legionnaires-2nd_Punic_War.jpg)

El número de bajas:

Conocemos el número de bajas de los ejércitos  antiguos gracias a las fuentes, aunque debemos tener en cuenta que se trata de números que en ocasiones varían según el autor que consultemos. A pesar del baile de cifras, la conclusión que se saca es que el número de fallecidos era muy reducido, especialmente en el bando ganador, con unas bajas que se calculan de un 5% del total como media, una idea que también choca con la imagen que nos trasmiten algunas películas de aniquilación total del bando derrotado. En este, el número de muertos era algo mayor pero sin que llegue a ser una cifra escandalosa, de media un 14% del total de los miembros, aunque otros autores lo elevan a casi un 40%. En este caso es más difícil de precisar, porque si en el caso del ejército romano se registraban concienzudamente el número de sus miembros y las bajas, en el caso de los enemigos las cifras son dadas también por las fuentes romanas, por los vencedores, de manera que estas cifras pueden haberse exagerado. Sea como sea, unas bajas que oscilen entre el 14% y el 40% del total de un ejército derrotado son muy reducidas, lo cual contribuye a confirmar esa idea de combate organizado en varias fases, no de enfrentamiento campal y desordenado entre los soldados de ambos ejércitos. De hecho, el momento donde se producían más bajas era en la huida, ya que el individuo quedaba solo, sin la protección que suponía el combatir mano a mano con otros compañeros. Es por ello que el artículo consultado para la elaboración de este post incluye la siguiente frase “la mejor manera de sobrevivir en una batalla es combatiendo dentro de un grupo”, cuando a simple vista puede parecer que el huir era la mejor forma de garantizar la supervivencia. 

Bibliografía:

  • GOLDSWORTHY, A., (2003): El ejército romano, Akal.

  • SIERRA, D., (2011): El combate en la Roma republicana: una aproximación a las características generales de la batalla antigua, El futuro del pasado 2, 131-146.

lunes, 23 de marzo de 2015

Topografía de Carthago Nova

Hace algunos post hablábamos del proyecto ARQUETOPOS (aquí) que tiene por objetivo la reconstrucción de la topografía del territorio donde se asienta la ciudad de Cartagena a lo largo del tiempo gracias a la combinación de diferentes estudios (sondeos, análisis de las fuentes, estudio de la cartografía...). Como comentamos los resultados son espectaculares y el proyecto va a continuar en una segunda fase con el objetivo de profundizar aún más en el tema, lo que nos permitirá conocer no solo cómo era este territorio sino que los datos se podrán combinar con los de tipo arqueológico haciendo posible que conozcamos mucho mejor el urbanismo de la ciudad. Pero mientras el proyecto sigue desarrollándose vamos a comentar que conocemos a día de hoy acerca de las características del terreno donde se asentó la antigua ciudad romana.


Para ello contamos principalmente con las descripciones que hicieron los autores antiguos entre los que destaca Polibio quien tuvo la posibilidad de visitar la ciudad junto a Escipión Emiliano a mediados del siglo II a.C. En Historias recoge una descripción que compuso a partir de sus observaciones personales en conjunción con todas aquellas fuentes referidas a la ciudad a las que tuvo acceso gracias a su cercanía a la familia de los Escipiones:


“Está situada hacia el punto medio del litoral español, en un golfo orientado hacia el Sudoeste. La profundidad del golfo es de unos veinte estadios y la distancia entre ambos extremos es de diez; el golfo, pues, es muy de penetración hacia dentro, por sus dos flancos. La isla actúa de rompiente del oleaje marino, de modo que dentro del golfo hay siempre una gran calma, interrumpida sólo cuando los vientos africanos se precipitan por las dos entradas y encrespan el oleaje. Los otros, en cambio, jamás remueven las aguas, debido a la tierra firme que las circundan. En el fondo del golfo hay un tómbolo, encima del cual está la ciudad, rodeada del mar por el Este y por el Sur, aislada por el lago al Oeste y en parte por el Norte, de modo que el brazo de tierra que alcanza el otro lado del mar, que es el que enlaza la ciudad con la tierra firme, no alcanza una anchura mayor que dos estadios. El casco de la ciudad es cóncavo; en su parte meridional presenta un acceso más plano desde el mar. Unas colinas ocupan el terreno restante, dos de ellas muy montañosas y escarpadas, y tres no tan elevadas, pero abruptas y difíciles de escalar. La colina más alta está al Este de la ciudad y se precipita en el mar; en su cima se levanta un templo a Asclepio. Hay otra colina frente a ésta, de disposición similar, en la cual se edificaron magníficos palacios reales, construidos, según se dice, por Asdrúbal, quien aspiraba a un poder monárquico. Las otras elevaciones del terreno, simplemente unos altozanos, rodean la parte septentrional de la ciudad. De estos tres, el orientado hacia el Este se llama el de Hefesto, el que viene a continuación, el de Aletes, personaje que, al parecer, obtuvo honores divinos por haber descubierto unas minas de plata; el tercero de los altozanos lleva el nombre de Cronos. Se ha abierto un cauce artificial entre el estanque y las aguas más próximas, para facilitar el trabajo a los que se ocupan en cosas de la mar. Por encima de este canal que corta el brazo de tierra que separa el lago y el mar se ha tendido un puente para que carros y acémilas puedan pasar por aquí, desde el interior del país, los suministros necesarios” (POLIBIO, Hist., X, 10).

La ciudad se encontraba sobre una península unida a tierra por un istmo ubicado en su zona oriental, y estaba salpicada por cinco colinas de diversa altura.  Empezando por la zona noroccidental se encuentra, en primer lugar, el hoy denominado Cerro del Molinete (debido a la presencia de molinos en su cima datados en el siglo XVI) que Polibio cita como Arx Asdrubalis ya que es aquí donde ubica los magníficos palacios reales construidos por Asdrúbal y de los cuales la arqueología todavía no ha encontrado restos. Desplazándonos hacia el sur aparece el Cerro de la Concepción, el Mons Aesculapii en la descripción polibiana, ya que estaría consagrado a esta divinidad, y el más alto de los cinco. Junto a él, en dirección este, aparecen el Cerro de Despeñaperros, que se relaciona con Hefesto o Vulcano, el de San José, que Polibio dice estaba consagrado al mítico descubridor de las minas de plata, Aletes, y por último, situado en el extremo noreste de la península, el Monte Sacro, otrora dedicado al dios Cronos o el Saturno romano. Es interesante señalar a este respecto que el autor de Megalópolis cometió un pequeño fallo en la orientación de esta descripción, consecuencia de que la salida del sol se produzca exactamente por el este solo en los equinoccios, de forma que lo que Polibio indica como el norte realmente es el noreste y el este, el sudeste (BELTRÁN, 1948: 196). La detección de este fallo ha permitido plantear la hipótesis de que la fortaleza de Asdrúbal no hubiese estado en el cerro del Molinete sino en el de la Concepción, mucho más apropiada por sus características para ello, mientras que sería el Molinete la colina dedicada a Esculapio.
Plano que representa la topografía de la antigua Carthago Nova sobre callejero actual. En él aparecen representadas las cinco colinas así como los espacios emergidos/sumergidos, junto con las principales construcciones de época romana: el anfiteatro, el teatro, el Augusteum, el foro con la curia y la Insula I del Molinete (fuente: MEROÑO inédito).

La existencia de estas elevaciones determinaba la presencia de un valle en la zona central de la península que se convertirá, debido a su menor cota y al efecto de la gravedad, en el punto donde converjan las aguas procedentes de cada una de las cinco colinas, desde donde irían a desembocar tanto al mar, en un punto cercano a donde hoy se encuentra el edificio de Capitanía General, como a la laguna interior, en este caso por la zona del Parque de Artillería (MARTÍNEZ, 2004: 15). A pesar de que las zonas elevadas también fueron ocupadas gracias a la construcción de potentes muros de aterrazamiento, lo cierto es que la mayor regularidad de este espacio central hizo que fuese aquí donde se ubicaron las arterias principales de la ciudad, siguiendo el trazado natural marcado por estas ramblas. Ello obligó a la creación desde fechas muy tempranas de un eficaz sistema para el encauzamiento y la evacuación de las aguas de la ciudad, tanto las procedentes del desecho urbano como las de lluvia, que en el caso de esta zona solían, y siguen presentando, un carácter torrencial. Son numerosos los ejemplos de cloacas y canalizaciones que se han encontrado en la ciudad, tanto de cronología púnica como romana sin los cuales la existencia de la ciudad se habría hecho inviable.

Al norte de esta península se abría una laguna o estero, creada tras la última regresión marina, y que quedó unida al mar abierto a través de un canal artificial construido después de la conquista de Escipión, sobre el que se levantó un puente, según indica Polibio, y que enlazaba con las principales vías de comunicación que se dirigían hacia el interior de la Meseta y la Bética. Si se atienden a los relatos que hablan de la conquista de la ciudad, fue este el punto por donde se produjo el asalto, gracias a un cambio en el nivel del mar, lo cual parece poco probable en una laguna sin apenas conexión con el mar abierto. Resulta complicado a día de hoy establecer unos límites para este estero debido a las continuas trasformaciones posteriores de la línea de costa, consecuencia de la acción antrópica y natural. La propuesta a día de hoy basa su delimitación a partir de toda una serie de hallazgos que indicarían la presencia de puntos de tierra emergidos. Así parece que el límite sur correspondería con las actuales calles del Parque y San Fernando las cuales, a tenor de los restos encontrados, parece que fueron ocupadas desde época cartaginesa. Desde aquí, esta línea de costa continuaría a los pies de la ladera norte del cerro del Molinete para continuar bordeando, de forma irregular, las laderas septentrionales del Monte Sacro y el de San José. El indicador de tierra emergida para la zona este lo constituye la necrópolis de Torreciega, fechada en el siglo I a.C., que se prolongaría hasta la Carretera de San Javier, situándose el límite norte en torno a los actuales barrios de San Antón y Barrio Peral. En el lado oeste destacan la necrópolis tardía de San Antón, situada en el solar número 45 de la calle Ramón y Cajal, junto con el complejo alfarero de época tardo-republicana de la Antigua Fábrica de la Luz,  las zapatas cuadrangulares halladas en la Alameda de San Antón, y una sepultura de incineración en la zona de la Plaza de España. Desde aquí volvería a enlazar con las estribaciones del cerro del Molinete, habiéndose podido identificar un claro punto de zona sumergida en las excavaciones del solar número 15 de la calle Salitre.  No se debe olvidar que estos límites no se mantendrían estables a lo largo de los siglos sino que se verían modificados a consecuencia, principalmente, de las lluvias torrenciales propias de la zona y los caudales aportados por los diferentes cursos de agua que en ella desembocaban. Aun así, estos datos apuntan que tendría unas dimensiones mayores que las de la propia península, para la que se ha fijado un tamaño de entre 40 y 43 hectáreas (RAMALLO, 2011: 34-35).
Ilustración que representa la peninsula donde se asentaba la ciudad, con la laguna salada al norte, el Mar de Mandarache al oeste y la bocana del puerto al sur (Fuente: http://www.um.es/arqueologia/carthago-nova-y-su-territorium/).
Pero sin suda la zona más interesante de la geografía de la ciudad lo constituye su imponente puerto natural. Se trata de una amplia bahía de unos 1.400 metros de anchura en su zona central, protegida de forma natural por grandes montículos, el de Galeras en el lado occidental y los de San Julián y San Pedro en el extremo opuesto, a los que se une la isla de Escombreras, situada en la entrada de la bahía. Esta contaba con un segundo espacio interior, de menores dimensiones, que fue conocido desde el siglo XVI como Mar de Mandarache. El acceso a la ensenada principal se produce a través de las puntas de Santa Ana y de la Podadera, separadas por unos escasos 900 metros aproximadamente. Respecto al puerto principal de la ciudad, son todavía muchas las dudas que existen en torno a su ubicación, debido a la escasez de restos arqueológicos que puedan relacionarse con una instalación portuaria adecuada a la categoría de la ciudad. La mayoría de los investigadores convienen en situar la ubicación de estas estructuras en las actuales calles Mayor y del Carmen, que coincidirían con la costa occidental de la ciudad romana, la que limitaba con esa segunda dársena a la que se ha hecho mención. Esta era conocida como Mar de Mandarache, un topónimo de origen árabe cuyo significado es “puerto”, lo que contribuye a corroborar esta ubicación del puerto antiguo.

Plano elaborado por Villamarzo que representa la topografia del siglo I a.C. (fuente: http://www.aforca.org/patrimonio_de_arquitectura_militar_en_cartagena.htm).
Resulta, sin embargo, muy complicado, a día de hoy, conocer con exactitud el aspecto que este territorio presentaba en los momentos de ocupación romana debido a las transformaciones que este ha experimentado como consecuencia, tanto de la acción antrópica, especialmente las obras de índole militar de época moderna, como de los cambios producidos por acción de la naturaleza (MARTÍNEZ, 2004: 13-14), aunque cada vez se están realizando más avances en este sentido, completando la información que aportan las fuentes escritas, tanto clásicas, como otras más recientes, especialmente los datos recogidos por lo ingenieros que trabajaron en la ciudad en el siglo XVIII. Además de los cambios en la situación de la línea de costa que con el tiempo fue avanzando en dirección oeste (RAMALLO Y MARTÍNEZ, 2010: 150-151) y la desecación del Almarjal, consecuencia de la acción de la propia naturaleza, ya en época romana comenzaron a llevarse a cabo modificaciones del entorno. Así por ejemplo se tiene constancia, siguiendo el texto de Polibio, de la construcción de un canal artificial que puso en comunicación el agua del Mediterráneo con las del Almarjal, evitando su estancamiento y permitiendo además la entrada de barcos de poco calado. Evidencias arqueologías de esta obra han sido halladas en los sondeos llevados a cabo en las calles Morería Baja, Cantarerías y Santa Florentina o en los solares 48-50-54 de la calle Carmen y 11 de la calle De la Palma. En todos ellos se constata la superposición de estratos arcillosos combinados con material cerámico sobre niveles claramente marinos tal como evidencia la presencia de limos, algas y malacofauna. Y es que la construcción de este canal vino acompañada de un acondicionamiento de las orillas circundantes desde el siglo II a.C., mediante la desecación de terrenos a partir del vertido de escombros y tierras lo que permitía a la ciudad expandirse más allá del espacio peninsular que ocupaba.

Pero sin duda la mayor modificación del territorio donde se asentaba la ciudad se produjo en la segunda mitad del siglo I a.C. ya que, para la construcción del teatro, se recortó buena parte de la ladera norte del cerro de la Concepción, donde se asentaría la cavea. Similar fue la actuación que tuvo que llevarse a cabo en el cerro del Molinete para la construcción del templo capitolio que presidia el foro. Fue en los momentos de bonanza económica cuando la ciudad pudo permitirse llevar a cabo estas ingentes obras por lo que, después de época augustea, la ciudad nunca volvió a experimentar cambios tan profundos (MARTÍNEZ, 2004: 22) hasta las transformaciones impulsadas por los Borbones en el siglo XVIII.

Esta complicada configuración del terreno que se ha presentado se combinaba con un clima subtropical mediterráneo árido o subárido, caracterizado por una nubosidad escasa que genera gran luminosidad y una importante cantidad de horas de sol al año, así como una presencia escasa de agua, con lluvias determinadas por una gran irregularidad y un carácter torrencial. Y, aunque estas características se hayan acentuado con el paso de los años, ya en época romana, incluso antes, se puede hablar de unas condiciones climáticas cuanto menos complicadas puesto que esta situación tendría su origen en el Holoceno Tardío, cuando se ha detectado un importante cambio climático que derivó en un aumento de las temperaturas, una reducción de la humedad y, por ende, una mayor sequedad hídrica que no ha hecho más que acentuarse con el paso del tiempo (RAMALLO Y ROS, 2012: 78-81). Estas condiciones derivan en una gran pobreza hidrográfica de superficie, aunque se debe mencionar la existencia de algunas capas acuíferas, consecuencia del proceso de sedimentación del Terciario y Cuaternario, así como algunos manantiales en los que los habitantes de la ciudad habrían obtenido agua desde los momentos más antiguos. Este es el caso de la Fuente Cubas, ubicada unos dos kilómetros al norte de la ciudad, y el de San Juan o Fuente Santa, situado al oeste, a una distancia algo mayor que el anterior.

La combinación de todos estos factores haría en un principio muy complicado el asentamiento de población en esta zona, sin embargo esta fue capaz de sobreponerse a todos estos condicionantes, aprovechando al máximo los recursos y beneficios que este complicado territorio podría ofrecerles, especialmente los yacimientos ricos en plata de las sierras cercanas.

Bibliografía:

  • BELTRÁN MARTÍNEZ, A. 1948. Topografía de Carthago Nova. En. AEspA, 21. Págs.191-224.
  • MARTÍNEZ ANDREU, M. 2004. La topografía en Carthago Nova. Estado de la cuestión. En: Mastia, 3. Cartagena. Págs.11-30.
  • MEROÑO MOLINA, R. inédito. El urbanismo romano de Carthago Nova: condicionantes, características y sistemas de ejecución. Trabajo Fin de Máster. Universidad de Granada.
  • RAMALLO ASENSIO, S.F. 2011. Carthago Nova. Puerto mediterráneo de Hispania. Murcia, Darana Editorial.
  • RAMALLO ASENSIO, S.F. – MARTÍNEZ ANDREU, M. 2010. El puerto de Carthago Nova: eje de vertebración de la actividad comercial en el sureste de la Península Ibérica. En: Bolletino di Archeologia On Line. Volumen speciale. Roma, 2008. International Congress of Classical Archaeology. Ministero per i beni e le attività culturali.
  • RAMALLO ASENSIO, S.F. – ROS SALA, M.M. 2012. La gestión del agua en una ciudad romana de la Hispania semiárida: Carthago Nova como ejemplo de adaptación al medio. En: GÓMEZ ESPIN, J.M. – HERVÁS AVILÉS, R.M. (COORD.) 2012. Patrimonio hidráulico y cultura del agua en el Mediterráneo. Fundación Séneca: AECID.
  • POLIBIO. Historias Libros V-XV. Editorial Gredos, 43. Introducción de A. Díaz Tejera. Traducción y notas de Manuel Balasch Recort. 1983.



domingo, 15 de marzo de 2015

La decoración en época romana: los pavimentos

En los últimos días no hemos parado de oír hablar del mosaico de Écija por una noticia más que desagradable. Sin duda el mosaico es uno de los elementos más característicos de la arquitectura romana pero desde luego no era la única forma de cubrir suelos que existía en la época, ya que el enorme coste que suponía una obra de estas características limitaba su presencia a las residencias y espacios más importantes.

Opus signinum

Una de las primeras técnicas empleadas para la cubrición de los pavimentos es lo que conocemos como opus signinum o el mortero de Signia, la actual Segni, como lo denomina Vitruvio. Se trata de una mezcla compuesta de mortero de cal, arena, agua y cerámica machacada usada principalmente para revestir cisternas y estancias termales ya que impedía las filtraciones de agua, pero también como decoración en el suelo de las residencias de época republicana. En este caso se adornaba con motivos geométricos y pequeñas composiciones elaboradas con teselas blancas principalmente.

En la ciudad de Carthago Nova son varias las residencias fechadas en época tardorrepublicana en las que se han encontrado suelos de estas características, de hecho en muchas de las intervenciones se ha podido interpretar los hallazgos como construcciones de carácter privado gracias a la presencia de estos pavimentos. Uno de los hallazgos más interesantes se ha producido en la denominada como Domus de los Delfines, nombre que viene dado por la composición realizada con teselas blancas, y también bajo los restos de la Iglesia de Santa María la Vieja, perteneciente a una residencia de época protoaugustea que fue amortizada para erigir el edificio de espectáculos. 

Pavimento del tablinum de la Domus de los Delfines. El centro de la composición lo forma una tesela de mayores dimensiones que el resto del que parte un entramado de rombos que conforman una estrella de ocho picos enmarcada por un círculo. Este motivo central está enmarcado por un meandro continuo de esvásticas y cuadrados decorados con una tesela en el centro. Entre ambos elementos parecen cuatro delfines, colocados en los ángulos que quedan entre el motivo central y la cenefa. Están realizados también con teselas blancas, salvo en la zona del ojo, indicado por una tesela negra (Imagen: Madrid, 2004).







Pavimento de la vivienda protoaugustea conservada dentro del recorrido del Museo del Teatro Romano de Cartagena. La composición es idéntica a la de la imagen anterior a excepción de los cuatro delfines (Imagen: Google Images).
En muchas ocasiones estos motivos eran sustituidos o se completaban con inscripciones como la que decoraba el pavimento del sacellum de Atargatis, donde se mencionaba el nombre de la diosa, o la de la Domus de la Fortuna.

Pavimento de signinum con inscripción de teselas blancas del sacellum de Atargatis (Imagen: Meroño, 2014).

Inscripción de la Domus de la Fortuna donde se puede leer Fortuna propitia "que la suerte te sea propicia" (Imagen: Google Images).

Opus sectile


Este tipo de pavimento era similar al mosaico pero los fragmentos empleados en la creación de las composiciones, mármoles de diferentes colores pero también nácar o vidrio, eran de mayores dimensiones que las teselas y de formas variadas. 
Pavimento de sectile conservado en el Museo Arqueológico Municipal de Cartagena (Imagen: http://www.regmurcia.com/servlet/s.Sl?sit=c,373,m,2916&r=ReP-21644-DETALLE_REPORTAJESPADRE)
El Augusteum o la curia de Carthago Nova contaban con pavimentos de estas características. En el segundo edificio el opus sectile estaba dispuesto en dos tapices: el primero de ellos es un damero bícromo formado por placas cuadradas de mármol blanco y caliza gris, y flanqueado por dos bandas laterales; el segundo, situado en el centro de la sala se compone de un doble motivo listeleado de losas cuadradas separadas por listones cuadrangulares que enmarcan un motivo central más cuidado, todo ello elaborado con ricos mármoles de importación y rodeado de losas de las canteras locales del Cabezo Gordo.

Pavimento en damero blanco y negro procedente del pórtico del Augustem de Carthago Nova (Imagen: Google Images).

  
Pavimento procedente de la curia de Carthago Nova (Imagen: http://www.regmurcia.com/servlet/s.Sl?sit=c,371,m,165&r=ReP-13044-DETALLE_REPORTAJESPADRE)

Opus tessellatum y opus vermiculatum

Es el mosaico propiamente dicho, compuesto por pequeñas teselas o fragmentos de mármoles y piedras de diferentes colores, con las que se elaboran motivos decorativos geométricos y figurativos. En el caso del vermiculatum las teselas son todavía más pequeñas por lo que se reducen los espacios vacíos entre ellas permitiendo alcanzar una mayor perfección técnica, por lo que solo se realizaba en tapices de pequeñas dimensiones.


Emblema central de mosaico (vermiculatum) fechado en el siglo I a.C. y conservado en el Museo Nacional Romano (Imagen: Wikipedia)
El origen del mosaico se encuentra en Oriente, desde donde fueron copiados por los griegos. En un primer momento las composiciones estaban realizadas con pequeños guijarros o cantos cuyo tamaño poco a poco fue reduciéndose a partir del siglo IV a.C. Desde Sicilia y la Magna Grecia, esta técnica llegó hasta los romanos quienes, desde el siglo II a.C. se convirtieron en los grandes maestros del arte del mosaico.
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Mosaico de Issos o de Alejandro Magno, procedente de la Casa del Fauno de Pompeya y conservado en el Museo Arqueológico de Nápoles (Imagen: http://www.artehistoria.com/v2/obras/7979.htm)


 Mosaico bícromo que decoraba una de las estancias de la denominada Domus de Salvius de Carhago Nova cuyo nombre procede de la inscripción que en él se puede leer (Imagen: Fernández y Quevedo, 2007-08)
Motivo central que decoraba el mosaico de la Domus de la Gorgona, el único polícromo hallado hasta el momento en Cartagena (Imagen: Google Images)
El tristemente famoso motivo que decoraba el mosaico de Écija antes de ser destruido (Imagen: Google Images)

En muchas ocasiones los suelos simplemente se recubrían con losas o ladrillos, aunque ello no quiere indicar que se tratase de pavimentos de pero calidad ya que era frecuente el empleo de ricos mármoles para enlosar los espaicos. Una de las composiciones más originales realizadas con ladrillo es el denominado opus spicatum, aparejo en el que los ladrillos se disponían de canto.
Pavimento de opus spicatum de la palestra de las termas del Barrio del Foro Romano de Cartagena (Imagen: Google Images).

Para su colocación era necesario, en primer lugar, nivelar y preparar el terreno. En primer lugar se colocaba el statumen, un firme de cascajos unidos a hueso dispuestos generalmente en vertical, sobre el que apoya una segunda capa de cal, arena y gravilla denominada rudus. Finalmente se colocaba el nucleus, la última capa de mortero que, en muchas ocasiones, actuaba como el propio pavimento en aquellos espacios que no precisasen decoración alguna. Incluso eran muchas las estancias más pobres pavimentadas únicamente a base de tierra apisonada.

Bibliografía:

  • ADAM, J.P. (1989): La construcción romana. Materiales y técnicas. Editorial de los Oficios.
  • FERNÁNDEZ, A. - QUEVEDO, A., (2007-08): La configuración de la arquitectura doméstica en Carthago Nova desde época tardorepublicana hasta los inicios del bajo imperio, AnMurcia 23-24, Murcia, 273-309.
  • MADRID, M.J., (2004): Primeros avances sobre la evolución urbana del sector oriental de Carthago Nova. PERI CA 4/Barrio Universitario, Mastia 3, Cartagena, 31-70.
  • MEROÑO, R., (2014): El urbanismo romano de Carthago Nova. Condicionantes, características y sistemas de ejecución, @rqueología y Territorio 11, 97-112.
  • VITRUVIO, Los Diez Libros de Arquitectura.


domingo, 8 de marzo de 2015

El armamento del "ejército polibiano"

Hace algunos post (aquí) vimos la organización y formas de combate del denominado "ejército polibiano" que se enfrentó a los cartagineses durante la Segunda Guerra Púnica. Ahora pasaremos a analizar qué tipo de armamento portaban estos hombres.

Las armas ofensivas:

Entre las armas ofensivas destacan el pilum y la espada, conocida como gladium hispaniensis. Respecto al primero se trataba de un arma arrojadiza compuesta por un asta de madera con una longitud aproximada de unos 120 centímetros, unida a una rígida vara de hierro de menores dimensiones, y finalizada en punta. Se trataba, por lo tanto, de un arma bastante pesada que, cuando era arrojada, podía atravesar el escudo permitiendo herir al enemigo. Numerosos autores han indicado la posibilidad de que una vez que impactasen con las defensas enemigas estas quedasen inutilizadas. Sin embargo se trata de una circunstancia que las fuentes solo mencionan de forma puntual, al hacer referencia al enfrentamiento de Mario contra los teutones. Lo más lógico es pensar que si este tipo de arma se doblaba al impactar y era difícil su extracción era debido al material con el que estaban fabricadas y la forma de la punta, no a que intencionadamente se buscase este resultado.
Parte metálica del pilum, materiales fechados en el siglo I d.C. (Fuente: http://www.britishmuseum.org/explore/highlights/highlight_objects/pe_prb/t/two_iron_pilum_heads.aspx)
Polibio indica que cada hastatus y princeps portaría dos ejemplares de diferentes dimensiones y peso, lo cual parece muy improbable por la dificultad de lanzar ambos artefactos y desenvainar la espada antes de que se produzca el encuentro con el enemigo. Ello ha permitido plantear la posibilidad de que el combate estuviese compuesto de tandas alternas, unas en las que se produciría el arrojo de armas, y otras de lucha cuerpo a cuerpo con espada, a pesar de que las fuentes solo hablen de una primera carga inicial en la que se lanzasen elementos arrojadizos. Este modelo también explicaría lo prolongado de la mayoría de las batallas, algo de lo que si dan cuenta las fuentes, una larga duración complicada de aceptar en caso de que el combate estuviese compuesto por una única carga inicial seguida del combate cuerpo a cuerpo.
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Punta, zona de unión entre ambas partes y regatón inferior de pilum, cuya función era la de permitir que el pilum fuese clavado en el suelo en los momento de espera y la de actuar como nueva arma en caso de que se rompiese el astil (Fuente: http://hadrianwall.voila.net/text/text.militaire/231.viemilitaire.armeoff.pilum.htm)
La tercera línea de combate, formada por los triari, no llevaban pilum sino que seguían portando la lanza hoplítica que, a diferencia de la anterior, no estaba pensada para ser arrojada sino para cargar directamente contra el enemigo. 
La espada o gladium recibía el nombre de hispaniensis ya que se trató de una adaptación del modelo hispano que habría tenido lugar a lo largo del siglo III a.C. o a comienzos de la segunda centuria antes de nuestra Era., cuando los romanos la conocieron tras combatir con guerreros íberos, bien mercenarios de los cartagineses durante la Primera Guerra Púnica, bien tras su llegada a suelo hispano durante la Segunda Guerra Púnica. La gladius era más larga que las armas punzantes que hasta entonces habían llevado los soldados romanos y servía tanto para punzar como para cortar, lo cual suponía una ventaja con respecto a la griega, solo útil para pinchar al enemigo. Por sus dimensiones, implica necesariamente la existencia de un cierto espacio para poder ser usada, lo cual contribuye a plantear una nueva teoría con respecto a la organización de los ejércitos, y es que siempre se había hablado de los manípulos como organizaciones dispuestas en damero y estructuradas de forma muy regular en filas. Pero esta hipótesis presentaba problemas, sobre todo por la dificultad que entrañaba a la hora de producirse el relevo de tropas, algo que está perfectamente atestiguado por las fuentes, de hecho se destaca como la cualidad más importante de este tipo de formación. La solución para todos los problemas planteados (refresco de las tropas, espacio para manejar la espada…) pasa por aceptar la formación del manípulo como una especie de nube  organizada en torno a los estandartes, de forma que se conseguía mayor libertad de movimientos tanto para luchar como para hacer el relevo de filas, siendo el estandarte el punto de referencia que tenía que seguir todo legionario para no perderse de la formación. Solo así es posible entender el éxito de este tipo de formación, aunque habría que añadirle un último factor y este es la adopción de armamentos de pueblos enemigos, una vez comprobada su efectividad, incluso de tácticas y modelos organizativos.
Ilustración que representa los diferentes tipos de espadas empleadas por los soldados romanos. Como se puede apreciar la hispaniensis era la mayor de todas (Fuente: http://www.museodelarmablanca.com/).

Y es que un aspecto importante a tener en cuenta fue la enorme permeabilidad del ejército romano. Fue una institución que supo aprender de las derrotas, adaptando todos aquellos elementos de la forma de combatir de sus enemigos que contribuyesen a mejorar su actuación en el campo de batalla. De hecho son numerosos los ejemplos: el escudo oval, la gladius hispaniensis, el pugio…que hemos podido conocer gracias a las fuentes pero también a los restos arqueológicos y las comparaciones tipológicas.

El pugio era una daga, más pequeña que una espada. Polibio no hace referencia a que los soldados llevasen una pero han sido numerosos los hallazgos que se han producido en Hispania, en contextos del siglo II a.C., aunque es probable que se tratase un herramienta usada a diario más que un arma propiamente dicha que se empelase en el campo de batalla. 
Reconstrucción de gladius y pugio (Fuente: google images).

Las armas defensivas:

En cuanto a las defensas, la presencia de corazas era muy limitada, quizá en continuación todavía con la norma del ejército Serviano, y también de las grebas. Dentro de las corazas existían diferentes variedades siendo uno de las más caras la cota de malla, formada por anillos de hierro imbricados entre sí. Con un posible origen céltico, era flexible y ofrecía una buena defensa al que la portaba aunque también era bastante pesada. Menos flexibles eran las corazas realizadas con placas de bronce aunque su aspecto final era más impresionante. Oficiales y caballeros eran quienes podían permitirse estas defensas mientras que el grueso de los hombres debían de conformarse con placas de bronce de formas rectangular u oval que se situaban sobre el pecho y se sujetaban mediante correas. 
Lo más común era el uso del casco y sobre todo el escudo. Entre los primeros, al igual que ocurría con las corazas, existían numerosas variedades debido al hecho de que no existía todavía una uniformidad sino que cada hombre se proveía de su propio equipamiento de acuerdo con sus posibilidades. El tipo más característico era el denominado "Montefortino" de origen galo, modelo coronado con una protuberancia y con protectores para nuca y mejillas. Igualmente frecuentes eran los cascos de origen griego como el etrusco-corintio o los de origen ático. Estaban elaborados en bronce aunque también hay evidencias de que se copiaron modelos en hierro de origen céltico, con mejores defensas que los anteriores. Los caballeros emplearon estos modelos y también el denominado como beocio, específicamente creado para soldados a caballo.
Casco del tipo Montefortino (Fuente: google images).
  Respecto a los escudos, las fuentes hablan de la existencia de un “escudo oval en forma de teja”, de dimensiones más reducidas que el escudo circular hoplita y por lo tanto más apropiado para el modo de lucha de estos soldados, basado en la combinación de tandas de lanzamiento de jabalinas con otras de lucha directa mediante la espada, pudiendo usarse también el mismo como arma, para empujar y golpear al enemigo. Estaba fabricado con varias capas de tablillas en madera, recubiertas de cuero, y reforzado con metal en los extremos y en la zona central, donde se situaba el denominado umbo de hierro. Para la infantería ligera el escudo era aún más reducido y de forma circular, facilitando los amplios movimientos que requería su posición dentro de la legión.
Ejemplar de scutum encontrado en Kasr el-Harit (El Fayum, Egipto). Se trata del único encontrado hasta el momento ya que al estar elaborados con materiales perecederos como la madera y el cuero no se nos han conservado (Fuente: https://portalhistoria.files.wordpress.com/2012/07/scutum2.jpg).


Bibliografia:

  • GOLDSWORTHY, A., (2005): El ejército romano, Editorial Akal.
  • QUESADA, F., (2003): El legionario romano en época de las Guerras Púnicas: Formas de combate individual, táctica de pequeñas unidades e influencias hispanas, Espacio, Tiempo y Forma 16, 163-196.