Tener descendencia era el objetivo principal de toda familia patricia, y especialmente de toda mujer, ya que era la única forma de que se perpetuase la estirpe. Sin embargo, no era una tarea sencilla teniendo en cuenta la elevada mortalidad infantil de la época que hacía que el número de hijos fuera muy elevado ya que lo más probable es que solo dos o tres de ellos llegasen a la edad adulta.
Lo primero de todo era que el recién nacido llegase al
mundo sano y salvo, tarea en ocasiones complicada teniendo en cuenta que en la
época a la que nos referimos no existían los adelantos médicos que tanto ayudan
a día de hoy a las parturientas. Estas nada más que contaban con el auxilio de
la comadrona pero cualquier infortunio como que el niño viniese de nalgas, que
el cordón umbilical se le enrollase en el cuello o alguna infección podían
acabar con la vida del bebé y de la madre. La presencia de hombres no
estaba permitida en la habitación donde la mujer estaba dando a luz aunque en
casos de excepcional peligro para la vida de la madre o el hijo podía
requerirse la presencia de un médico. En esta terracota procedente de la
ciudad de Ostia está representado un parto, con la mujer sentada, la comadrona
y su ayudante. Parece ser que la postura más frecuente para parir era que la
mujer estuviese sentada, a diferencia de lo que ocurre a día de hoy.
Pero sobrevivir no era suficiente. El recién nacido debía
de ser aceptado por el paterfamilias en
una ceremonia en la que la criatura, después de cortarle el cordón umbilical y
limpiarlo, era depositada en el suelo del atrio, a los pies del padre, a la
espera del reconocimiento de este que se produciría si consideraba que el bebé
podría llegar a convertirse en un digno sucesor o en una buena matrona. En este
caso el padre recogía al pequeño del suelo y lo levantaba ante el resto de
familiares congregados en la sala, así el niño pasaba inmediatamente a formar
parte de la familia. Nueve días después del nacimiento en el caso de los niños,
ocho en el de las niñas, si el bebé había conseguido sobrevivir, se purificaba
en el altar doméstico, se le otorgaba el nombre y se le colgaban amuletos
protectores. En el caso de los niños se empleaba la bulla, un
colgante con forma circular, de saquito o de corazón que contenía un su
interior un amuleto para proteger al niño, o infans que
eran llamados los niños y niñas hasta los 7 años de edad aproximadamente, de
los malos espíritus. Las niñas portaban la lúnula hasta
el día de su matrimonio.
Pero también podía darse el caso de que el padre no
considerase al pequeño como lo suficientemente sano y fuerte para continuar el
linaje, aunque era el único motivo para repudiar a un hijo: malformaciones,
sospechas de que sea fruto de una infidelidad, demasiados hijos del mismo sexo
en la familia… Entonces el bebé era recogido de nuevo del suelo y abandonado a
su suerte. Por algunos autores antiguos sabemos la existencia de una columna,
la columna
lactaria, en la que se abandonaban a estos niños, siempre acompañados
de algún signo de reconocimiento como medallitas o monedas partidas por si en
un futuro sus familias quisieran recuperarlos. Desde aquí su destino es
incierto: podían ser recogidos por familias las cuales no habían sido
bendecidas con descendencia para criarlos como sus propios hijos, sobrevivir
gracias a la caridad y convertirse en prostitutas, criados o esclavos e incluso
parece ser que estaba extendido un importante mercado de bebés. Eran recogidos
en estos puntos y vendidos para sacar beneficio por ellos. Y eso si tenían
suerte ya que tampoco era infrecuente que fuesen asesinados o abandonados en
vertederos o zonas aisladas para evitar que fuesen encontrados, condenándolos a
una muerte segura por hambre, frío o el ataque de algún perro callejero.
Bibliografía:
- GRIMAL, P. (1999): La
civilización romana: vida, costumbres, leyes, artes. Paidós, Barcelona.
- GUILLÉN, J. (1994): Urbs Roma.
Vida y costumbres de los romanos I. La vida privada. Sígueme,
Barcelona.
- GUHL, E. (1997): Los
romanos: su vida y costumbres. M.E. Editores, Madrid.
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