lunes, 24 de noviembre de 2014

Nacer en la Antigua Roma

Tener descendencia era el objetivo principal de toda familia patricia, y especialmente de toda mujer, ya que era la única forma de que se perpetuase la estirpe. Sin embargo, no era una tarea sencilla teniendo en cuenta la elevada mortalidad infantil de la época que hacía que el número de hijos fuera muy elevado ya que lo más probable es que solo dos o tres de ellos llegasen a la edad adulta.


Lo primero de todo era que el recién nacido llegase al mundo sano y salvo, tarea en ocasiones complicada teniendo en cuenta que en la época a la que nos referimos no existían los adelantos médicos que tanto ayudan a día de hoy a las parturientas. Estas nada más que contaban con el auxilio de la comadrona pero cualquier infortunio como que el niño viniese de nalgas, que el cordón umbilical se le enrollase en el cuello o alguna infección podían acabar con la vida del bebé y de la madre.  La presencia de hombres no estaba permitida en la habitación donde la mujer estaba dando a luz aunque en casos de excepcional peligro para la vida de la madre o el hijo podía requerirse la presencia de un médico.  En esta terracota procedente de la ciudad de Ostia está representado un parto, con la mujer sentada, la comadrona y su ayudante. Parece ser que la postura más frecuente para parir era que la mujer estuviese sentada, a diferencia de lo que ocurre a día de hoy.


Terracota procedente de Ostia con escena de parto.
Pero sobrevivir no era suficiente. El recién nacido debía de ser aceptado por el paterfamilias en una ceremonia en la que la criatura, después de cortarle el cordón umbilical y limpiarlo, era depositada en el suelo del atrio, a los pies del padre, a la espera del reconocimiento de este que se produciría si consideraba que el bebé podría llegar a convertirse en un digno sucesor o en una buena matrona. En este caso el padre recogía al pequeño del suelo y lo levantaba ante el resto de familiares congregados en la sala, así el niño pasaba inmediatamente a formar parte de la familia. Nueve días después del nacimiento en el caso de los niños, ocho en el de las niñas, si el bebé había conseguido sobrevivir, se purificaba en el altar doméstico, se le otorgaba el nombre y se le colgaban amuletos protectores. En el caso de los niños se empleaba la bulla, un colgante con forma circular, de saquito o de corazón que contenía un su interior un amuleto para proteger al niño, o infans que eran llamados los niños y niñas hasta los 7 años de edad aproximadamente, de los malos espíritus.  Las niñas portaban la lúnula hasta el día de su matrimonio.
 
Bulla de oro, procedente del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
Pero también podía darse el caso de que el padre no considerase al pequeño como lo suficientemente sano y fuerte para continuar el linaje, aunque era el único motivo para repudiar a un hijo: malformaciones, sospechas de que sea fruto de una infidelidad, demasiados hijos del mismo sexo en la familia… Entonces el bebé era recogido de nuevo del suelo y abandonado a su suerte. Por algunos autores antiguos sabemos la existencia de una columna, la columna lactaria, en la que se abandonaban a estos niños, siempre acompañados de algún signo de reconocimiento como medallitas o monedas partidas por si en un futuro sus familias quisieran recuperarlos. Desde aquí su destino es incierto: podían ser recogidos por familias las cuales no habían sido bendecidas con descendencia para criarlos como sus propios hijos, sobrevivir gracias a la caridad y convertirse en prostitutas, criados o esclavos e incluso parece ser que estaba extendido un importante mercado de bebés. Eran recogidos en estos puntos y vendidos para sacar beneficio por ellos. Y eso si tenían suerte ya que tampoco era infrecuente que fuesen asesinados o abandonados en vertederos o zonas aisladas para evitar que fuesen encontrados, condenándolos a una muerte segura por hambre, frío o el ataque de algún perro callejero.

Bibliografía:

- GRIMAL, P. (1999): La civilización romana: vida, costumbres, leyes, artes. Paidós, Barcelona.
- GUILLÉN, J. (1994): Urbs Roma. Vida y costumbres de los romanos I. La vida privada. Sígueme, Barcelona.
- GUHL, E. (1997): Los romanos: su vida y costumbres. M.E. Editores, Madrid.


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