Para conocer los cambios que experimentó el ejército romano en los años finales de la República vamos a hacer referencia a dos fragmentos de texto pertenecientes a la obra La conjuración de Catilina de Salustio, en la que relata, a lo largo de 61 capítulos, el intento de instauración de una dictadura personal por parte de Lucio Sergio Catilina, intento fracasado que tuvo lugar en el año 63 a.C.
El primero de ellos es el siguiente:
“Pero es increíble lo mucho que creció el Estado en un breve período, una vez que hubo sido obtenida la libertad: tan grande era el deseo de gloria que invadía a los hombres. Tan pronto como los jóvenes tenían edad suficiente para la guerra, aprendían la profesión militar bregando en el servicio armado y gozaban más con las bellas armas y los caballos de montar que en los prostíbulos y fiestas. Para hombres así ningún esfuerzo era excesivo, ningún suelo áspero o escarpado, ningún enemigo en armas aterrador: todo estaba dominado por la virtud [virtus]. Pero había una fuerte competencia entre ellos por la gloria: cada uno se apresuraba a abatir a un enemigo, escalar una muralla y ser visto realizando tal proeza […]” (SALUSTIO, La Conjuración de Catilina VII 3-6).
En el texto el autor
destaca la importancia que el ejército y la milicia había adquirido en esos
años, indicando que la mayor parte de los jóvenes se sentían atraídos por
participar en él en cuanto la edad se lo permitía, hasta el punto de preferir
el combate a la diversión y las mujeres, y estando dispuestos a enfrentarse a
cualquier obstáculo por muy complicado que este se plantease. Y, aunque
atribuye esta situación a la virtus, al coraje que se esperaba
de todo ciudadano romano que se considerase como tal, al final del texto
introduce una idea interesante y es que dice que dentro de este afán por
combatir también era posible apreciar un deseo de competir, de sobresalir por
encima del resto de compañeros. De ello podemos desprender que este ímpetu por
luchar no estaba causado por un amor incondicional a su patria y un deseo de
defenderla y engrandecerla, sino que más bien tenemos que ver una actitud
egoísta, con un deseo de triunfo y promoción individual.
A partir de esta idea
podemos encontrar un enlace con el segundo texto que indica:
“Pero yo, habiendo leído y oído mucho de los heroicos hechos del pueblo romano, así en paz como en las guerras que hizo por mar y tierra, tuve acaso la curiosidad de inquirir qué fue lo que principalmente pudo haber sostenido en Roma el peso de tan grandes negocios. Porque veía que el pueblo romano había combatido contra grandes legiones de enemigos, por lo regular con un puñado de gente; que había hecho guerra a reyes poderosos con ejércitos pequeños; que habla, asimismo, experimentado varios reveses de fortuna, y que era inferior a los griegos en elocuencia y a los galos en crédito de guerreros. Y después de mucha reflexión y examen, venía a concluir que todo se debía al gran valor de pocos ciudadanos, y que por ellos venció la pobreza a las riquezas y el corto número a grandes muchedumbres. Pero después que la ciudad se estragó con el lujo y la desidia, sobrellevaba aún la república con su grandeza los vicios de sus generales y magistrados, sin haber dado a luz en muchos años, como madre ya infecunda, varón alguno de señalada virtud” (SALUSTIO, La conjuración de Catilina, LII).
Salustio, en este
segmento de la obra, comienza realizándose una pregunta a sí mismo y es cómo un
pueblo como el romano, con un ejército sencillo en sus primeros momentos,
formado por la propia población de la ciudad sin una mayor preparación y cuyos
dirigentes eran los mismos que los del ámbito político, con la misma falta de
experiencia que sus soldados, habían conseguido las enormes victorias que se
llegaron a alcanzar. Sin embargo, en las últimas líneas del mismo, la idea
cambia, y ya no refleja ese asombro ante los grandes éxitos del pueblo, del
ejército romano, sino que ahora se lamenta de que en los últimos años ha
desaparecido esa grandeza, pero no porque se hayan producido derrotas o el ejército
haya perdido su eficacia, sino que culpa de todo ello a los generales y
magistrados de la ciudad, a quienes ya no ve como los grandes hombres del
pasado.
Para poder entender estas ideas es
necesario conocer el contexto político en el que se encuentra inserto el autor,
siendo necesario retrotraernos años atrás. Desde principios del siglo II a.C, y
después de la victoria sobre los cartaginenses en la Segunda Guerra Púnica,
Roma se había convertido en la potencia dominante en el Mediterráneo, iniciando
a partir de entonces un proceso expansivito tanto por tierra como por mar, que
le permitió convertirse en apenas dos siglos en dueña y señora de toda la
cuenca mediterránea. Ello supuso un cambio fundamental en la concepción de la
guerra y la lucha que hasta entonces se había tenido, puesto que hasta este
momento solo se habían desarrollado conflictos de carácter defensivo, tanto en
favor de ellos mismos como de sus aliados, o bien para cubrir necesidades
básicas como la ampliación de las tierras fértiles o el control de rutas
comerciales. Pero a partir de este momento se impuso una guerra de tipo
ofensivo, que buscaba el continuo incremento de territorios por los que se iría
difundiendo la cultura y la civilización romanas. Esto es lo que en la
historiografía se ha denominado como imperialismo romano, un
concepto de corte socioeconómico que tendrá importantes consecuencias en la
organización del estado romano (ampliación de mercados y terrenos agrarios,
esclavos como nueva mano de obra, llegada de riquezas e influencias…).
La base y el motor de este expansionismo
fue el ejército romano, organización que hasta entonces se componía de los
propios ciudadanos romanos con edades comprendidas entre los 17 y los 60 años,
y que estaba liderada por individuos procedentes de la clase política puesto
que su participación como mandos en el ejército era paso imprescindible para
poder ascender en el corsus honorum. Tanto unos como otros carecían
de experiencia previa pero la enorme disciplina a que eran sometidos y el hecho
de ser población romana, que luchaba por su patria, les llevó a alcanzar
importantes éxitos.
La situación, en cambio, se fue
desvirtuando conforme se iba desarrollando este proceso imperialista, ya que la
longevidad de algunos conflictos provocó la desorganización del sistema tal
como se había concebido hasta entonces. Y es que la duración de algunas
campañas impedía que muchos de estos soldados pudiesen abandonar esta labor y
volver a sus tierras y campos que quedaban desatendidos. Al no poder trabajar
las tierras, estos hombres se veían asfixiados por las deudas por lo que
las fincas solían ir a parar a manos de los grandes propietarios. La
consecuencia principal era que empezaba a desaparecer la clase de la que se
nutría el ejército principalmente. En este contexto tenemos que situar las
reformas realizadas por Cayo Mario cuya secuela más importante fue la entrada
en el ejército de población que no era propietaria y que veía en esta actividad
un modo de ganarse la vida ya que, una vez finalizado su periodo activo,
recibirían una parcela de tierra en propiedad. De forma que vemos como poco a
poco se produce la profesionalización del mismo.
Pero estas reformas también trajeron
consigo consecuencias negativas, y es que se fomentó y generalizó la figura de caudillos,
de jefes militares que garantizasen a estos soldados las tan ansiadas tierras
en su retirada de la práctica militar, creándose una enorme relación entre éste
y sus soldados. Así, a partir de este momento podríamos hablar de que el
ejército romano perdió en parte esta condición de fuerza armada del pueblo
romano para convertirse en un ejército personalista, perteneciente a un
individuo, su caudillo, transformándose en un brazo armado que actuaba a favor
de los intereses de estos y no de la República. Esto se produce en un momento,
además, en el que está teniendo lugar la conquista de Grecia y numerosas
influencias helenísticas están empezando a llegar a Roma, entre ellas la
existencia de poderes individuales, los dinastas helenísticos. Poco a poco se
va a ir produciendo un cambio de mentalidad en Roma, con la aparición de ansias
de poder individuales que podrán ser ejecutadas gracias a los grandes botines
obtenidos por las conquistas pero sobre todo por la presencia de estos nuevos
ejército que deben su fidelidad su caudillo y no temblarán a la hora de
enfrentarse incluso a la propia Roma. Solo así podemos entender el paso del
Rubicón por parte de los ejércitos de César, lo cual suponía una afrenta y una
provocación al Senado romano, o las guerras civiles que enturbiaron los últimos
años del siglo I a.C., y tras las cuales se impondrá un poder de tipo
individual con la creación del Principado y el Imperio.
Esta es la situación que nos refleja
Salustio, quien escribe en el siglo I a.C., siendo testigo de las enormes
consecuencias que están teniendo para la organización política y social de la
República las transformaciones del ejército y el avance imparable del
imperialismo romano. Salustio habla del lujo y la desidia haciendo
referencia a ese cambio de mentalidad que se produce después de la
penetración romana en Grecia y la llegada de ideas e influencias nuevas, y que
lleva a la aparición de ansias de poder individuales frente al espíritu
colectivo que hasta entonces habría primado en Roma, y un deseo de promoción
social en todos los estratos de la sociedad romana. Baste citar como ejemplo de
ello la gran cantidad de esculturas honoríficas que proliferaron en esos años o
los fastuosos monumentos funerarios individuales que se van a construir desde
entonces. Las trasformaciones en el ejército y las lealtades hacia su general
que se habían desarrollado permitieron hacer realidad esas ansias de poder
individuales, de forma que estos jefes militares perdieron esa labor de
servicio al Estado que hasta entonces habían desempeñado. Solo así se entienden
las palabras finales del autor “sin haber dado a luz en muchos años,
como madre ya infecunda, varón alguno de señalada virtud”.
Solo teniendo en cuenta esta perspectiva
es posible entender ese deseo de muchos jóvenes romanos por participar en el
ejército, dejando incluso de lado algunos de los placeres que la ciudad de Roma
ofrecía. Y es que ya no solo era un medio de ganarse la vida sin tener que
trabajar en los campos, sino que su buen hacer en campaña podía traerle
numerosos beneficios, ya no solo riquezas procedentes del botín o las tierras
que obtenían tras licenciarse sino la posibilidad de promoción dentro del
mismo, y quien sabe, si alguna vez su general consiguiese imponer un poder
personal, algún puesto de cierta importancia en la administración de ese nuevo
estado.
Así, si en uno de los fragmentos comentados el autor se preguntaba cuál era la causa del enorme crecimiento y la expansión del mundo romano desde la Segunda Guerra Púnica, aquí se ofrece una respuesta a sí mismo, con ese ímpetu intenso de los jóvenes romanos por participar en ejército, sin miedo y sin detenerse ante cualquier adversidad, puesto que eran mucho más atractivos los posibles beneficios que el miedo al combate y a guerrear. Además menciona uno de los valores fundamentales de los ciudadanos romanos, la virtus, aunque en este caso la aplica a los soldados en general, no a los grandes generales y magistrados
que es a quienes considera verdaderamente corrompidos pero que con su actitud
acabarán corrompiendo también al resto de la sociedad romana. Así, el deseo de
promoción individual y la competencia estaría causada por la falta de valores
de los dirigentes de la ciudad, en cuyo deseo de poder individual y riqueza
habían arrastrado a estos jóvenes que no eran más que su brazo armado, su
instrumento para ejecutar sus deseos de poder. De forma que en un contexto en
el que se consideran perdidos los valores colectivos que habían caracterizado a
la República hasta entonces y donde los que predominan son las aspiraciones
individuales, es fácil encajar y entender este lamento de Salustio. Roma se
está haciendo grande gracias a su ejército pero este ejército quiere hacer
grande a Roma sino que quiere hacer grande a su general, ya que con ello
garantizan su propia grandeza.