Hace algunos post hablábamos del proyecto ARQUETOPOS (aquí) que tiene por objetivo la reconstrucción de la topografía del territorio donde se asienta la ciudad de Cartagena a lo largo del tiempo gracias a la combinación de diferentes estudios (sondeos, análisis de las fuentes, estudio de la cartografía...). Como comentamos los resultados son espectaculares y el proyecto va a continuar en una segunda fase con el objetivo de profundizar aún más en el tema, lo que nos permitirá conocer no solo cómo era este territorio sino que los datos se podrán combinar con los de tipo arqueológico haciendo posible que conozcamos mucho mejor el urbanismo de la ciudad. Pero mientras el proyecto sigue desarrollándose vamos a comentar que conocemos a día de hoy acerca de las características del terreno donde se asentó la antigua ciudad romana.
Para ello contamos principalmente con las
descripciones que hicieron los autores antiguos entre los que destaca Polibio quien
tuvo la posibilidad de visitar la ciudad junto a Escipión Emiliano a mediados
del siglo II a.C. En Historias recoge una descripción que
compuso a partir de sus observaciones personales en conjunción con todas
aquellas fuentes referidas a la ciudad a las que tuvo acceso gracias a su
cercanía a la familia de los Escipiones:
“Está situada hacia el punto medio del litoral español, en un golfo orientado hacia el Sudoeste. La profundidad del golfo es de unos veinte estadios y la distancia entre ambos extremos es de diez; el golfo, pues, es muy de penetración hacia dentro, por sus dos flancos. La isla actúa de rompiente del oleaje marino, de modo que dentro del golfo hay siempre una gran calma, interrumpida sólo cuando los vientos africanos se precipitan por las dos entradas y encrespan el oleaje. Los otros, en cambio, jamás remueven las aguas, debido a la tierra firme que las circundan. En el fondo del golfo hay un tómbolo, encima del cual está la ciudad, rodeada del mar por el Este y por el Sur, aislada por el lago al Oeste y en parte por el Norte, de modo que el brazo de tierra que alcanza el otro lado del mar, que es el que enlaza la ciudad con la tierra firme, no alcanza una anchura mayor que dos estadios. El casco de la ciudad es cóncavo; en su parte meridional presenta un acceso más plano desde el mar. Unas colinas ocupan el terreno restante, dos de ellas muy montañosas y escarpadas, y tres no tan elevadas, pero abruptas y difíciles de escalar. La colina más alta está al Este de la ciudad y se precipita en el mar; en su cima se levanta un templo a Asclepio. Hay otra colina frente a ésta, de disposición similar, en la cual se edificaron magníficos palacios reales, construidos, según se dice, por Asdrúbal, quien aspiraba a un poder monárquico. Las otras elevaciones del terreno, simplemente unos altozanos, rodean la parte septentrional de la ciudad. De estos tres, el orientado hacia el Este se llama el de Hefesto, el que viene a continuación, el de Aletes, personaje que, al parecer, obtuvo honores divinos por haber descubierto unas minas de plata; el tercero de los altozanos lleva el nombre de Cronos. Se ha abierto un cauce artificial entre el estanque y las aguas más próximas, para facilitar el trabajo a los que se ocupan en cosas de la mar. Por encima de este canal que corta el brazo de tierra que separa el lago y el mar se ha tendido un puente para que carros y acémilas puedan pasar por aquí, desde el interior del país, los suministros necesarios” (POLIBIO, Hist., X, 10).
La ciudad se encontraba sobre una
península unida a tierra por un istmo ubicado en su zona oriental, y estaba
salpicada por cinco colinas de diversa altura. Empezando por la zona
noroccidental se encuentra, en primer lugar, el hoy denominado Cerro del
Molinete (debido a la presencia de molinos en su cima datados en el siglo XVI)
que Polibio cita como Arx Asdrubalis ya que es aquí donde ubica los magníficos
palacios reales construidos por Asdrúbal y de los cuales la arqueología todavía
no ha encontrado restos. Desplazándonos hacia el sur aparece el Cerro de la
Concepción, el Mons Aesculapii en la descripción polibiana, ya que estaría
consagrado a esta divinidad, y el más alto de los cinco. Junto a él, en
dirección este, aparecen el Cerro de Despeñaperros, que se relaciona con
Hefesto o Vulcano, el de San José, que Polibio dice estaba consagrado al mítico
descubridor de las minas de plata, Aletes, y por último, situado en el extremo
noreste de la península, el Monte Sacro, otrora dedicado al dios Cronos o el
Saturno romano. Es interesante señalar a este respecto que el autor de
Megalópolis cometió un pequeño fallo en la orientación de esta descripción,
consecuencia de que la salida del sol se produzca exactamente por el este solo
en los equinoccios, de forma que lo que Polibio indica como el norte realmente
es el noreste y el este, el sudeste (BELTRÁN, 1948: 196). La detección de este
fallo ha permitido plantear la hipótesis de que la fortaleza de Asdrúbal no
hubiese estado en el cerro del Molinete sino en el de la Concepción, mucho más
apropiada por sus características para ello, mientras que sería el Molinete la
colina dedicada a Esculapio.
La existencia de estas elevaciones
determinaba la presencia de un valle en la zona central de la península que se
convertirá, debido a su menor cota y al efecto de la gravedad, en el punto
donde converjan las aguas procedentes de cada una de las cinco colinas, desde
donde irían a desembocar tanto al mar, en un punto cercano a donde hoy se
encuentra el edificio de Capitanía General, como a la laguna interior, en este
caso por la zona del Parque de Artillería (MARTÍNEZ, 2004: 15). A pesar de que
las zonas elevadas también fueron ocupadas gracias a la construcción de
potentes muros de aterrazamiento, lo cierto es que la mayor regularidad de este
espacio central hizo que fuese aquí donde se ubicaron las arterias principales
de la ciudad, siguiendo el trazado natural marcado por estas ramblas. Ello
obligó a la creación desde fechas muy tempranas de un eficaz sistema para el
encauzamiento y la evacuación de las aguas de la ciudad, tanto las procedentes
del desecho urbano como las de lluvia, que en el caso de esta zona solían, y
siguen presentando, un carácter torrencial. Son numerosos los ejemplos de
cloacas y canalizaciones que se han encontrado en la ciudad, tanto de
cronología púnica como romana sin los cuales la existencia de la ciudad se
habría hecho inviable.
Al norte de esta península se abría una
laguna o estero, creada tras la última regresión marina, y que quedó unida al
mar abierto a través de un canal artificial construido después de la conquista
de Escipión, sobre el que se levantó un puente, según indica Polibio, y que
enlazaba con las principales vías de comunicación que se dirigían hacia el
interior de la Meseta y la Bética. Si se atienden a los relatos que hablan de
la conquista de la ciudad, fue este el punto por donde se produjo el asalto,
gracias a un cambio en el nivel del mar, lo cual parece poco probable en una
laguna sin apenas conexión con el mar abierto. Resulta complicado a día de hoy
establecer unos límites para este estero debido a las continuas trasformaciones
posteriores de la línea de costa, consecuencia de la acción antrópica y
natural. La propuesta a día de hoy basa su delimitación a partir de toda una
serie de hallazgos que indicarían la presencia de puntos de tierra emergidos.
Así parece que el límite sur correspondería con las actuales calles del Parque
y San Fernando las cuales, a tenor de los restos encontrados, parece que fueron
ocupadas desde época cartaginesa. Desde aquí, esta línea de costa continuaría a
los pies de la ladera norte del cerro del Molinete para continuar bordeando, de
forma irregular, las laderas septentrionales del Monte Sacro y el de San José.
El indicador de tierra emergida para la zona este lo constituye la necrópolis
de Torreciega, fechada en el siglo I a.C., que se prolongaría hasta la
Carretera de San Javier, situándose el límite norte en torno a los actuales
barrios de San Antón y Barrio Peral. En el lado oeste destacan la necrópolis
tardía de San Antón, situada en el solar número 45 de la calle Ramón y Cajal,
junto con el complejo alfarero de época tardo-republicana de la Antigua Fábrica
de la Luz, las zapatas cuadrangulares halladas en la Alameda de San
Antón, y una sepultura de incineración en la zona de la Plaza de España. Desde
aquí volvería a enlazar con las estribaciones del cerro del Molinete,
habiéndose podido identificar un claro punto de zona sumergida en las
excavaciones del solar número 15 de la calle Salitre. No se debe
olvidar que estos límites no se mantendrían estables a lo largo de los siglos
sino que se verían modificados a consecuencia, principalmente, de las lluvias
torrenciales propias de la zona y los caudales aportados por los diferentes
cursos de agua que en ella desembocaban. Aun así, estos datos apuntan que
tendría unas dimensiones mayores que las de la propia península, para la que se
ha fijado un tamaño de entre 40 y 43 hectáreas (RAMALLO, 2011: 34-35).
Ilustración que representa la peninsula donde se asentaba la ciudad, con la laguna salada al norte, el Mar de Mandarache al oeste y la bocana del puerto al sur (Fuente: http://www.um.es/arqueologia/carthago-nova-y-su-territorium/). |
Pero sin suda la zona más interesante de
la geografía de la ciudad lo constituye su imponente puerto natural. Se trata
de una amplia bahía de unos 1.400 metros de anchura en su zona central,
protegida de forma natural por grandes montículos, el de Galeras en el lado
occidental y los de San Julián y San Pedro en el extremo opuesto, a los que se
une la isla de Escombreras, situada en la entrada de la bahía. Esta contaba con
un segundo espacio interior, de menores dimensiones, que fue conocido desde el
siglo XVI como Mar de Mandarache. El acceso a la ensenada principal se produce
a través de las puntas de Santa Ana y de la Podadera, separadas por unos
escasos 900 metros aproximadamente. Respecto al puerto principal de la ciudad,
son todavía muchas las dudas que existen en torno a su ubicación, debido a la
escasez de restos arqueológicos que puedan relacionarse con una instalación
portuaria adecuada a la categoría de la ciudad. La mayoría de los
investigadores convienen en situar la ubicación de estas estructuras en las
actuales calles Mayor y del Carmen, que coincidirían con la costa occidental de
la ciudad romana, la que limitaba con esa segunda dársena a la que se ha hecho
mención. Esta era conocida como Mar de Mandarache, un topónimo de origen árabe
cuyo significado es “puerto”, lo que contribuye a corroborar esta ubicación del
puerto antiguo.
Plano elaborado por Villamarzo que representa la topografia del siglo I a.C. (fuente: http://www.aforca.org/patrimonio_de_arquitectura_militar_en_cartagena.htm). |
Resulta, sin embargo, muy complicado, a
día de hoy, conocer con exactitud el aspecto que este territorio presentaba en
los momentos de ocupación romana debido a las transformaciones que este ha
experimentado como consecuencia, tanto de la acción antrópica, especialmente
las obras de índole militar de época moderna, como de los cambios producidos
por acción de la naturaleza (MARTÍNEZ, 2004: 13-14), aunque cada vez se están
realizando más avances en este sentido, completando la información que aportan
las fuentes escritas, tanto clásicas, como otras más recientes, especialmente
los datos recogidos por lo ingenieros que trabajaron en la ciudad en el siglo
XVIII. Además de los cambios en la situación de la línea de costa que con el
tiempo fue avanzando en dirección oeste (RAMALLO Y MARTÍNEZ, 2010: 150-151) y
la desecación del Almarjal, consecuencia de la acción de la propia naturaleza,
ya en época romana comenzaron a llevarse a cabo modificaciones del entorno. Así
por ejemplo se tiene constancia, siguiendo el texto de Polibio, de la
construcción de un canal artificial que puso en comunicación el agua del
Mediterráneo con las del Almarjal, evitando su estancamiento y permitiendo
además la entrada de barcos de poco calado. Evidencias arqueologías de esta
obra han sido halladas en los sondeos llevados a cabo en las calles Morería
Baja, Cantarerías y Santa Florentina o en los solares 48-50-54 de la calle
Carmen y 11 de la calle De la Palma. En todos ellos se constata la
superposición de estratos arcillosos combinados con material cerámico sobre
niveles claramente marinos tal como evidencia la presencia de limos, algas y
malacofauna. Y es que la construcción de este canal vino acompañada de un
acondicionamiento de las orillas circundantes desde el siglo II a.C., mediante
la desecación de terrenos a partir del vertido de escombros y tierras lo que
permitía a la ciudad expandirse más allá del espacio peninsular que ocupaba.
Pero sin duda la mayor modificación del
territorio donde se asentaba la ciudad se produjo en la segunda mitad del siglo
I a.C. ya que, para la construcción del teatro, se recortó buena parte de la
ladera norte del cerro de la Concepción, donde se asentaría la cavea. Similar
fue la actuación que tuvo que llevarse a cabo en el cerro del Molinete para la
construcción del templo capitolio que presidia el foro. Fue en los momentos de
bonanza económica cuando la ciudad pudo permitirse llevar a cabo estas ingentes
obras por lo que, después de época augustea, la ciudad nunca volvió a
experimentar cambios tan profundos (MARTÍNEZ, 2004: 22) hasta las
transformaciones impulsadas por los Borbones en el siglo XVIII.
Esta complicada configuración del terreno
que se ha presentado se combinaba con un clima subtropical mediterráneo árido o
subárido, caracterizado por una nubosidad escasa que genera gran luminosidad y
una importante cantidad de horas de sol al año, así como una presencia escasa
de agua, con lluvias determinadas por una gran irregularidad y un carácter
torrencial. Y, aunque estas características se hayan acentuado con el paso de
los años, ya en época romana, incluso antes, se puede hablar de unas
condiciones climáticas cuanto menos complicadas puesto que esta situación
tendría su origen en el Holoceno Tardío, cuando se ha detectado un importante
cambio climático que derivó en un aumento de las temperaturas, una reducción de
la humedad y, por ende, una mayor sequedad hídrica que no ha hecho más que
acentuarse con el paso del tiempo (RAMALLO Y ROS, 2012: 78-81). Estas
condiciones derivan en una gran pobreza hidrográfica de superficie, aunque se
debe mencionar la existencia de algunas capas acuíferas, consecuencia del
proceso de sedimentación del Terciario y Cuaternario, así como algunos
manantiales en los que los habitantes de la ciudad habrían obtenido agua desde
los momentos más antiguos. Este es el caso de la Fuente Cubas, ubicada unos dos
kilómetros al norte de la ciudad, y el de San Juan o Fuente Santa, situado al
oeste, a una distancia algo mayor que el anterior.
La combinación de todos estos factores
haría en un principio muy complicado el asentamiento de población en esta zona,
sin embargo esta fue capaz de sobreponerse a todos estos condicionantes,
aprovechando al máximo los recursos y beneficios que este complicado territorio
podría ofrecerles, especialmente los yacimientos ricos en plata de las sierras
cercanas.
Bibliografía:
- BELTRÁN MARTÍNEZ, A. 1948. Topografía de Carthago Nova. En. AEspA, 21. Págs.191-224.
- MARTÍNEZ ANDREU, M. 2004. La topografía en Carthago Nova. Estado de la cuestión. En: Mastia, 3. Cartagena. Págs.11-30.
- MEROÑO MOLINA, R. inédito. El urbanismo romano de Carthago Nova: condicionantes, características y sistemas de ejecución. Trabajo Fin de Máster. Universidad de Granada.
- RAMALLO ASENSIO, S.F. 2011. Carthago Nova. Puerto mediterráneo de Hispania. Murcia, Darana Editorial.
- RAMALLO ASENSIO, S.F. – MARTÍNEZ ANDREU, M. 2010. El puerto de Carthago Nova: eje de vertebración de la actividad comercial en el sureste de la Península Ibérica. En: Bolletino di Archeologia On Line. Volumen speciale. Roma, 2008. International Congress of Classical Archaeology. Ministero per i beni e le attività culturali.
- RAMALLO ASENSIO, S.F. – ROS SALA, M.M. 2012. La gestión del agua en una ciudad romana de la Hispania semiárida: Carthago Nova como ejemplo de adaptación al medio. En: GÓMEZ ESPIN, J.M. – HERVÁS AVILÉS, R.M. (COORD.) 2012. Patrimonio hidráulico y cultura del agua en el Mediterráneo. Fundación Séneca: AECID.
- POLIBIO. Historias Libros V-XV. Editorial Gredos, 43. Introducción de A. Díaz Tejera. Traducción y notas de Manuel Balasch Recort. 1983.
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