lunes, 8 de diciembre de 2014

Las termas romanas

Tal como comentábamos en el post anterior las termas eran los espacios públicos donde los romanos tomaban sus baños, a excepción de algunos ciudadanos acaudalados que podían disponer en sus propias viviendas de estas instalaciones. Además de salas de baños fríos y calientes, las termas reunían en un único conjunto, en ocasiones de colosales dimensiones, zonas de ejercicio, salas de masajes y unciones, incluso en aquellas más monumentales podían encontrarse bibliotecas o teatros. En definitiva, además de un lugar para tomar baños, las termas era espacios de ocio, entretenimiento y un ambiente propicio para el desarrollo de relaciones sociales o, incluso, para tratar negocios.

Su origen se encuentra en los baños realizados con una finalidad terapéutica o curativa, de hecho son numerosos los autores que alaban sus beneficios como Galeno o Plinio, y también en los que acompañaban a las actividades deportivas en la antigua Grecia, aunque finalmente acabó prevaleciendo su uso como espacio de ocio y esparcimiento. Fue, de hecho, en la Grecia del siglo IV a.C. cuando tuvo lugar esta transformación ya que, aunque las termas son uno de los edificios más identificativos de la civilización romana, lo cierto es que los antecedentes más inmediatos los encontramos en la zona helena, desde donde fueron extendiéndose hacía la península itálica. A partir de este momento las salas de baños asociadas a los gimnasios griegos empezaron a separarse de estos ganando cada vez más complejidad, aunque fueron los romanos los que configuraron su estructura definitiva y generalizaron estos edificios termales, especialmente desde el siglo I a.C. cuando se les incorporó un complejo sistema para la calefacción de las salas, el hipocausto.
Conocemos la estructura de estos edificios tanto por los numerosos hallazgos arqueológicos que se han producido como por los datos que sobre ellas nos aporta Vitruvio quien, además, recoge toda una serie de recomendaciones a seguir para garantizar el máximo aprovechamiento de los beneficios que estos espacios podrían proporcionar. En primer lugar habla del lugar y la orientación que debe de seguirse a la hora de construir estos espacios aunque, en la mayoría de ocasiones, eran las condiciones del terreno o el espacio disponible los que determinaban en última estancia la ubicación y orientación del edificio:
“Lo primero que debe hacerse es seleccionar un lugar lo más cálido posible, es decir, un lugar opuesto al septentrión y al viento del norte. En la sala de los baños calientes y en la de los baños templados la luz debe entrar por el lado del poniente; si la naturaleza o situación del lugar no lo permite, en ese caso tomará la luz desde el mediodía, ya que el tiempo fijado para los baños va desde el mediodía hasta el atardecer. Debe procurarse que los baños calientes para mujeres y hombres estén juntos y situados con esta orientación, ya que así se logrará que los útiles de la casa de baños y el horno para calentar sean los mismos para ambos sexos.”

También habla de las dimensiones que debe de tener el edificio y la disposición de algunos de sus elementos como las bañeras o las piscinas:

“Las dimensiones de los baños serán proporcionadas al número de bañistas: su anchura medirá una tercera parte menos que su longitud, sin contar la sala de la bañera ni la de la piscina. La bañera debe situarse debajo de la ventana, pero de modo que los bañistas, que están alrededor, no impidan ni estorben el paso de la luz con sus sombras. Es muy conveniente que las estancias de las bañeras sean espaciosas, ya que al ocupar los bordes los primeros bañistas, puedan permanecer con toda seguridad los que esperan en pie. La anchura de la piscina entre la pared y la galería— no debe ser inferior a seis pies para que el escalón inferior y el asiento ocupen únicamente dos pies.”

O de las cubiertas más adecuadas para las estancias:

“Si las estancias abovedadas son de mampostería, resultarán más eficaces y provechosas, pero si fueran de madera colóquese debajo una falsa bóveda de barro, de la forma siguiente […]”.
“Si en las estancias de baños de agua caliente se construyen dobles bóvedas, ello proporcionara una mayor utilidad; […]”.

Entre las principales salas que componen estos edificios se encuentran:

  •      Palestra: patio destinado a la realización de ejercicios físicos, ejecutados con los objetivos de mantenerse en forma, de divertirse y de activar la sudoración. Podían participar tanto hombres como mujeres. Una vez terminados los ejercicios era frecuente que los esclavos diesen masajes y aplicasen una fina capa de arena sobre el cuerpo de sus señores que después era retirada junto con el sudor y la grasa con un instrumento conocido como strigile.
  •      Apodyterium: era el vestuario, dotado de bancos corridos y nichos u hornacinas, donde los clientes de las termas podían dejar sus pertenencias. En las zonas de climas fríos estas salas también podían estar calefactadas. Los hombres podían quedarse completamente desnudos, dejarse la "ropa interior", el llamado subligaculum, o incluso quedarse con la túnica puesta.
  •      Frigidarium: la sala de baños fríos. Parece que aparece solo desde época imperial.
  •      Tepidarium: la sala de baños templados.
  •     Caldarium: la sala de baños calientes. Suele tener cubierta abovedada para mantener el calor. Generalmente estaba provista de alveus o una piscina de asiento, a modo de bañera, de agua caliente y también un labrum, una pequeña pila con agua fría.
  •     Laconicum: la sala de vapor o sauna. Sobre esta nos dice Vitruvio:


“La sala de los baños de vapor y la sala para sudar —saunas— quedarán contiguas a la sala de baño de agua templada; su anchura será igual que su altura hasta el borde inferior, donde descansa la bóveda. En medio de la bóveda, en su parte central, déjese una abertura de luz, de la que colgará un escudo de bronce, mediante unas cadenas; al subirlo o al bajarlo se irá ajustando la temperatura de la sala de baños de vapor. Conviene que la sala de baños de vapor sea circular con el fin de que, desde el centro, se difunda por igual la fuerza de las llamas y la del vapor, por toda la rotonda de la sala circular.”
Recreación de unas termas romanas. Ilustración del Centro Arqueológico de los Baños, Alhama
En un primer momento se empleaban para calentar los diferentes ambientes braseros de bronce o foculi, pero hacia finales del siglo II a.C. y principios de la centuria siguiente se difundió, tanto en espacios públicos como privados, un nuevo sistema de calefacción, el hipocausto que, por su terminología y por los hallazgos arqueológicos que se han realizado, podrían tener un origen o unos precedentes en el mundo greco-helenístico, siendo posteriormente adaptado en el mundo itálico. Su funcionamiento es sencillo: consiste en crear una cámara hueca bajo las salas de entre unos 50 y 60 centímetros, permitiendo la circulación de aire caliente desde unos hornos o praefurnia. Para sostener el suelo de la estancia caldeada se emplean las pilae, unas péquelas columnillas construidas con ladrillos y distribuidas a intervalos regulares, sobre las que se sitúa la suspensura, una superficie de ladrillos sobre la que se aplica una capa de mortero duro e impermeable y, encima de esta, una segunda capa más fina que servirá de apoyo para el recubrimiento del suelo, generalmente plazas de mármol o composiciones de opus tesellatum (mosaicos). Esta cámara bajo las salas se completaba otras laterales, situadas entre paramento murario y el revestimiento interior de la sala, denominadas concameratio, por las que también va a circular el aire caliente procedente de los hornos. Estos tenían una segunda utilidad además de la de generar aire caliente ya que se empleaban para calentar el agua de las diferentes salas, tal como indica Vitruvio:
“Sobre el horno se colocarán tres calderas de bronce: la de agua caliente, la de agua templada y la de agua fría. Deben colocarse de manera que la cantidad de agua que procede desde la caldera templada hacia la de agua caliente sea la misma que desemboque desde la caldera de agua fría en la del agua templada; así también las salas abovedadas de las piscinas se calentarán con el mismo horno.”

Pilae procedentes de las termas romanas de Bath.
- 5023_14121412200516461.jpg
Ilustración que representa el funcionamiento del sistema del hipocausto (museos.gijon.es/).
Las primeras construcciones de este tipo en la Península Itálica se sitúan en la zona sur destacando las construcciones de Pompeya ,fechadas en el siglo II a.C. En la ciudad de Roma el primer edificio termal no se edificó hasta el siglo I a.C. cuando Agrippa, el yerno del emperador Augusto, promovió la construcción de una instalación termal en el Campo de Marte, las denominadas como Termas de Agripa. En los años venideros fueron muchos los conjuntos promovidos por los emperadores entre los que destacan las termas de Nerón, las de Tito, las de Trajano, uno de los conjuntos más impresionantes, las de Caracalla o las de Diocleciano, que acompañaran a otros numerosos baños de menor tamaño. En la ciudad de Carthago Nova contamos con dos ejemplos: las termas del foro, identificadas en el solar 8-10-12 de la calle Arco de la Caridad; y las termas de la calle Honda, de las cuales hablaremos en el siguiente post ya que es mucha la información que disponemos de ellas, especialmente de las segundas.
Si bien los primeros establecimientos eran sencillos y austeros, tal como nos describe Séneca las termas de la villa de Publio Cornelio Escipión o cómo parecen indicar los hallazgos arqueológicos realizados en la ciudad de Pompeya, con el tiempo adquirieron un gran lujo y refinamiento llenándose de ventanas por las que entraba la luz y el calor, cubriéndose las paredes con mármol y multiplicándose el número de estancias, dejando atrás el esquema sencillo de las primeras construcciones. Un esquema caracterizado por la distribución de las estancias alineadas en un mismo y único eje, con un recorrido de ida y vuelta, y que estará presente, al menos, hasta época de Nerón, cuando se imponga una planta simétrica, en la que las salas se dispongan duplicadas en torno a un eje central. Es interesante detenernos en la descripción que hace el cordobés Séneca ya que en su obra compara los primeros ejemplos de termas, en este caso la de la villa de Escipión el Africano, con la contemporáneas (recordemos que fue tutor del emperador Nerón):


“Me llamó la atención el contraste con el local destinado a los baños. Era pequeño, estrecho, oscuro, según la costumbre antigua: tenía que ser un local oscuro; si no, a nuestros antepasados no les parecía que era suficientemente caliente. Se me ocurrió pensar en la gran diferencia de costumbres que existe entre las nuestras y las de la época de Escipión. Al compararlas me embargó una gran emoción. Sigue leyendo y comprenderás por qué. Aquél gran general, «horror de Cartago» a quien Roma debe el que sólo se la haya conquistado una vez, lavaba su cuerpo cansado de las labores del campo en este cuchitril. Pues ya sabes que se dedicaba a la agricultura, y él mismo labraba la tierra como fue la costumbre de nuestros antepasados. Aquél personaje estuvo bajo este techo tan sucio, este pavimento tan vil lo soportó: sin embargo ahora, ¿quién es capaz de aguantar lavarse en un sitio así?A la gente las termas les parecen pobres y destartaladas si no brillan sus paredes con grandes y espléndidos espejos; pretenden que las paredes estén decoradas con mármoles de Alejandría y que tengan incrustaciones de piedras de Numidia; por todas partes ha de aparecer un trabajado y variado entretejido de barnices a modo de pintura; toda la cámara ha de estar recubierta de vidrio; nuestras piscinas tienen que tener una rica decoración en toda su extensión con piedras preciosas de Thasio. Ya sabes que son unas piedras muy costosas y muy raras de ver. Tal vez en algún templo. Y eso en unos lugares, como las piscinas, en las que dejamos todos los malos humores de nuestro cuerpo después de haber sudado mucho. Otro de los caprichos en la decoración es el que el agua se derrame encima de la gente desde jarrones de plata.[…]En este baño de Escipión apenas hay huecos en las paredes. Sólo unas pequeñas ventanas que están recortadas en el muro de piedra de manera que admiten la luz sin ningún problema ni protección. Los baños actuales tienen que tener grandes ventanales por los que pueda entrar la luz del sol durante todo el día; de esa forma, la gente hará dos cosas al mismo tiempo: bañarse y broncearse. También se podrán dedicar a otros placeres, como son el admirar el paisaje. Desde el sitio donde estén sentados, verán a la vez los campos y el mar. Según la gente, si no cumplen estos requisitos, son baños más propios de cucarachas que de personas.[…]Antiguamente los baños públicos eran pocos y no tenían ninguna decoración: ¿por qué habría de decorarse un lugar en el que apenas costaba un real la entrada y que se dedicaba al uso necesario y no a la diversión? No se derramaba el agua por debajo ni corría siempre renovada como si saliera de una fuente caliente, ni creían que tenían que preocuparse por la transparencia de un agua que iban a ensuciar.Pero, oh dioses, ¿cuánto ayudaría entrar en aquellos baños oscuros, decorados con estucos vulgares, si supieras que te había calentado el agua con su propia mano Catón, o Fabio Máximo, o alguno de los Cornelios cuando eran ediles? Pues estos nobilísimos ediles cumplían con su obligación de entrar en estos lugares que acogían al pueblo, y exigían limpieza y una temperatura del agua y del ambiente útil y saludable, no como la de ahora que es semejante a un incendio, de tal forma que parece la más apropiada para lavar vivo a un esclavo convicto de algún delito. Me parece que ya no se ve la diferencia entre un baño ardiente o caliente.[…]” (SÉNECA. Epistulae Morales ad Lucilium, LXXXVI, 4-13)
Se trataba de edificios públicos cuyo acceso no era gratuito sino que debía de abonarse una pequeña cantidad para acceder, además de que algunas ofrecían otros servicios que debían de pagarse aparte. En un primer momento hombres y mujeres debían de seguir circuitos diferenciados pero sabemos por Cicerón que esta medida no siempre era cumplida. Posteriormente, el emperador Adriano obligó a la completa separación de sexos, bien con circuitos diferenciados bien estableciendo diferentes franjas horarias de acceso para unos y otras aunque, como en el caso anterior, eran muchas las mujeres que no cumplían esta norma, tal como recuerdan autores como Plinio el Viejo o Quintiliano.

Bibliografía:
- SÉNECA. Epistulae Morales ad Lucilium.
- VITRUVIO. De Architectura.






No hay comentarios:

Publicar un comentario